(Crist jacent, Andrea Mantegna, 1490) |
Nunca sabremos, sin embargo, cómo ni por qué.
¿Dónde termina la memoria?
No hay más futuro ni pasado que la duración
irrepetible del presente y hoy, catorce de marzo,
mientras la luz entumecida del amanecer
va sembrando de espinas el color del cielo,
unas falsas estrellas dicen la fugacidad.
Son sólo fuegos de artificio, un aire que atenúa,
entre los intersticios de la primavera,
la contundencia de la muerte. Ahora,
cuando no hay nadie en esta habitación
(el cuerpo inerte y consumido
que yace ahí, tras el cristal, no es un
ser, que no existe, sino un bulto sin
aura ninguna, ni los atributos
que en él proyecta la melancolía),
ya no queda un refugio donde guarecerse
de los zarpazos del dolor, tan sólo
la levedad de un pálpito que apenas
si resulta posible comprender, la herida
de una orfandad inexplicable.
Un cielo avaro de esplendor
Editorial Salto de Página, 2011
Més sobre l'autor, ací.
Poema per a la col·lecció donat per Joan Navarro
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