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(Imatge no identificada presa de la xarxa) |
CELEBRACIÓN
Celebro yo mi
vida, estas mañanas rituales
en que, con una transparencia inexpresiva,
me considero como lo que soy, un capital biológico —ya
no
desbordante—,
un silencio repleto de sensaciones, una única
sensación:
yo mismo.
Alto me siento, y rico, pero sin transcendencias,
con la riqueza inútil de uno mismo,
como inútiles, al fin y al cabo, son los hombres y el
universo.
Lo mejor de mi vida, quizá lo único de mi vida,
reside en estos momentos, valiosos tan sólo para mí
y que habrán de perderse para siempre en sus
resultados,
estos momentos en los que en la cumbre
contemplo el panorama con perspectiva:
más aún que mi propia carrera personal, el sentido
del todo,
el sabor de los posos del mundo,
el rumor que significa su presencia, pero también su
temporalidad y su caos,
el color engañoso y brillante del azul, las
apariencias.
Y es notable; apenas significan gran cosa los
momentos de placer
que tan insistentes celebran otros poetas, aunque los
he vivido.
Aquí, en la cumbre, en mi pequeña cumbre —y no hay
otra
posible—, el universo sabe a mucho,
pero no es a placer o a dolor, precisamente.
El mundo es densidad,
es algo más que no comprendes pero que
presientes,
a cuya sombra placer y dolor, eternidad y tiempo, son
una
misma cosa,
una referencia donde las palabras resuenan con
entonación,
vacías de
sentido,
pronunciadas por una fiebre incomprensible, pero bien
orientada,
orientada hacia lo último, ancho y definitivo.
Pero yo me
digo simplemente: la vida.
Y lo digo en voz baja. Y ni lo digo siquiera, lo
musito,
inmóvil, una vez más, sobre el sofá de la meditación,
donde todas las mañanas me siento a considerar mi
existencia,
mis poemas
—¿quién, si no?, servirme en esta hora es su
único
sentido—,
a levantar mi copa por el pequeño capital biológico
que he
sido y aún
soy,
a reflexionar, a concentrarme, a saborearme en nada
concreto,
a enterarme de que he vivido, y aún vivo, en una
palabra.
¿Cuántos pueden permanecer en la cresta de la ola sin
ningún
beneficio,
con las manos vacías,
sintiendo en la desnudez de la piel su alta
futilidad,
como altas son las espumas de los mundos y de los
tiempos?
Hoy es doce de enero de no sé bien qué año
y he llegado a la siguiente conclusión:
no esperes de la vida tiempos mejores,
aposéntate bien en ella y saboréala, es decir,
posesiónate bien
del
día,
siéntate aquí y medita. Esta es tu plenitud,
esta celebración en solitario de ti mismo, de tus
horas contadas
y de tus
versos.
César Simón
Extravío
Ediciones Hiperión, S. L.,
1991